Acá está la demostración de la entrada anterior. Espero que lo disfruten. Se recomienda fervientemente leer el libro.
POST-SCRIPTUM, DICIEMBRE DE 1982
Lector, tal vez ya lo sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía.
Apenas terminada la expedición, volvimos a nuestra vida militante y partimos una vez más a Nicragua donde había y hay tanto que hacer. Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa, mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo que infatigablemente continúa su viaje hacia la dignidad y la libertad. También allí encontramos la felicidad, ya no sólo en los paraderos del París-Marsella sino en el contacto cotidiano con mujeres, hombres y niños que miraban como nosotros hacia delante. Allí la Osita empezó a declinar víctima de un mal que creímos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso. Volvimos a París llenos de planes: terminar juntos el libro, dar sus derechos de autor al pueblo nicaragüense, vivir, vivir todavía más intensamente. Siguieron dos meses que nuestros amigos llenaron de cariño, dos meses en que rodeamos a la Osita de ternura y en que ella nos dio cada día ese valor que nos iba abandonando. La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas.
A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe junto a la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.
Julio Cortázar y Carol Dunlop.
Los Autonautas de la Cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
martes, 18 de noviembre de 2008
para no sugestionar
no les voy a dar el nomber de los protagonistas de mi historia. Sólo algunos datos. Mis más cercanos sabrán descubrir, y para el resto espero dejar una pequeña historia que haga vivir con más entusiasmo.
Ellos, son dos personas reales que se convirtieron en libro y viaje. Él esta mañana, al terminar de leer sus letras, me ha hecho tener un lento escalofrío de admiración.
¿Cuánto crees en el amor? Comparado con él, poco, muy poco. El amor no tiene caducidad. La frescura del amar joven es un invento, una falacia. La mirada está poblada de infancias y el cuerpo de amores por repartir.
Señoras y señores, caeré en la sensiblería pero tanto me da. Lo voy a escribir para aprender, para tatuármelo por dentro.
Se pueden tener 68 años y amar a rabiar. Se pueden tener 68 años y despertar en la madrugada para observar casi con curiosidad científica y amor a raudales a quien duerme a tu lado. Se pueden tener 68 años y registrar durante horas de amaneceres los sigilosos movimientos del sueño de quien recorre camino junto a nosotros. Señores y señoras, apunten por favor, se pueden tener 68 años y amar tan limpiamente, con tanto ahínco, desmesuradamente, sin medida, sin el miedo del final. Y si él pudo, si él pudo amarla a ella, hasta el final. Si pudo verla morir y aún después, escribir, porque se lo debía, la última página del libro que esta mañana terminé, he de pensar que todos podemos, no porque podamos ser como él, qué más nos gustaría a tantos, si no porque yo debo creerle a él y por tanto debo tener fé en su amor, que será el mío, que será el de todos.
Sólo gracias por escribir lo que escribiste.
Ellos, son dos personas reales que se convirtieron en libro y viaje. Él esta mañana, al terminar de leer sus letras, me ha hecho tener un lento escalofrío de admiración.
¿Cuánto crees en el amor? Comparado con él, poco, muy poco. El amor no tiene caducidad. La frescura del amar joven es un invento, una falacia. La mirada está poblada de infancias y el cuerpo de amores por repartir.
Señoras y señores, caeré en la sensiblería pero tanto me da. Lo voy a escribir para aprender, para tatuármelo por dentro.
Se pueden tener 68 años y amar a rabiar. Se pueden tener 68 años y despertar en la madrugada para observar casi con curiosidad científica y amor a raudales a quien duerme a tu lado. Se pueden tener 68 años y registrar durante horas de amaneceres los sigilosos movimientos del sueño de quien recorre camino junto a nosotros. Señores y señoras, apunten por favor, se pueden tener 68 años y amar tan limpiamente, con tanto ahínco, desmesuradamente, sin medida, sin el miedo del final. Y si él pudo, si él pudo amarla a ella, hasta el final. Si pudo verla morir y aún después, escribir, porque se lo debía, la última página del libro que esta mañana terminé, he de pensar que todos podemos, no porque podamos ser como él, qué más nos gustaría a tantos, si no porque yo debo creerle a él y por tanto debo tener fé en su amor, que será el mío, que será el de todos.
Sólo gracias por escribir lo que escribiste.
jueves, 6 de noviembre de 2008
cuando encuentro un botón...
el espacio que recorro entre mi altura y la del suelo es el dulce camino de la satisfacción... es saberme afortunada.
Y cuando pienso en si soy una chica con suerte por encontrarme un botón, siempre me respondo que no. Soy la leve persona que ve el botón. Soy a quien alguna vez le enseñaron que un botón ahí, sin ejercer de botón, es importante e imprescindible. Y es que un objeto bello despojado de su única función es más bello aún.
Cuando encuentro un botón me siento bien. No sé por qué. Él me salva, yo lo salvo y empezamos a andar juntos.
A veces los reparto y eso es como empezar a existir en el bolsillo de alguién. Como si regalara un trozo de mí.
Hoy encontré uno. Negro, cuatro agujeros, menudito, el camino directo a mi sonrisa.
Y cuando pienso en si soy una chica con suerte por encontrarme un botón, siempre me respondo que no. Soy la leve persona que ve el botón. Soy a quien alguna vez le enseñaron que un botón ahí, sin ejercer de botón, es importante e imprescindible. Y es que un objeto bello despojado de su única función es más bello aún.
Cuando encuentro un botón me siento bien. No sé por qué. Él me salva, yo lo salvo y empezamos a andar juntos.
A veces los reparto y eso es como empezar a existir en el bolsillo de alguién. Como si regalara un trozo de mí.
Hoy encontré uno. Negro, cuatro agujeros, menudito, el camino directo a mi sonrisa.
sábado, 1 de noviembre de 2008
a menudo
la vida es un despropósito, una quimera imposible, un problema de esos que en la escuela no podía resolver. A menudo, la vida me hace llorar.
Y después de todo ni siquiera le guardo un poco de rencor.
Y después de todo ni siquiera le guardo un poco de rencor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)