un clase intensa, llena de emociones, mías, suyas y de ellos.
Se acerca el final. El sol de un invierno que quiere terminarse entra por la ventana para estrellarse en el piso. Me siento en él. Sobre el suelo y sobre el sol. Un montón de niños me rodean. Me miran. Abro el cajón de mis convicciones y se las enseño. Les hablo de los caminos sin salida, de la violencia, el grito, el golpe. Les hablo de lo que crece y da vida, del abrazo, de corazones grandes. Me escuchan atentos. Yo me desnudo.
Entre todos uno:
- Profe, pero si tienes un problema, agarras cuarenta pesos, compras una pistola y le matas.
- Andy, déjame que te cuente un secreto. Hay un arma más poderosa que todas las demás. Una que jamás puede ser vencida. La más potente del mundo - le digo.
De repente, Diego. El adolescente callado. Al que nos cuesta arrancarle la voz y el movimiento. El que casi no se nota que está. Él, dice alzando su voz:
- Profe, la palabra.
Y así, una fiesta dentro de mí.
No existe nada, absolutamente nada más grande en este mundo que ellos. El secreto, la solución, el camino, el motivo...
si me dijeras, "pide un deseo", yo pediría un rabo de nube...
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