9:49 de la mañana.
Ómnibus 149
Montevideo
Un chiquito con su túnica y su moña sube al ómnibus. Según mis cálculos, que nunca son buenos en estas coyunturas, estimo que debe andar por los 10 años. Mochila a la espalda, o más bien al cuerpo porque el bártulo abulta más que él.
Nuestro recinto está casi vació, apenas somos cinco pasajeros.
El pequeño sube los desniveles de los últimos asientos para lanzarse en una peligrosa maniobra hacia la parte superior de la puerta trasera para apretar el botón que le dará el derecho a que le abran la puerta en la siguiente parada. En un primer momento tengo el impulso de levantarme y ayudarle a pulsar el dichoso botón, hecho para alturas poco solidarias. Lo pienso y me contengo. Sé que él va a poder. Tras su intrepidez, suena el feo pitido que anuncia su victoria. Ahora sólo le resta esperar a que lleguemos a la parada y el conductor le abra. Nos aproximamos, el chófer mira por el espejo, no le ve, sigue de largo.
Me pongo nerviosa. Alzo la voz para avisar al guardián de la puerta de que un pasajero quedó arriba cuando debería estar abajo. Me responde que ya no puede parar, hay que esperar a la próxima parada. El pequeño viajero pone cara de resignación y emprende el camino hacia la parte delantera del ómnibus. Quizá si se pone al lado del conductor, éste sea comprensivo y le deje, pese a su insolente infancia, bajar en la parada que eligió.
Qué difícil es llegar a la escuela.
1 comentario:
Me encanta como generas imágenes! en serio... me subo en el tren cuando te leo, pero siempre me quedo con gansas, jejejeje... Y... ¿qué pasa después, qué más ves? ¿ya no miras más cosas durante el resto del día...? jeje... Da igual qué, describe, cuéntalo... ;)
Me encanta lo que haces.
Un abrazo y post-felicidades.
Edurne.
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