viernes, 26 de junio de 2009

música

Se apagan las luces, los músicos toman sus instrumentos, la luz azul lo invade todo. Sale el maestro de ceremonias. Se coloca su guitarra. Mira a la derecha, mira a la izquierda. Con un leve asentimiento de su cabeza todo comienza a sonar. El cello suena contundente, melancólico, como si fuera aquel instrumento de siglos que encierra todo el saber. La guitarra eléctrica sutil, acompaña a la acústica que marca el camino a seguir. La batería pone un suelo firme y la percusión inventa sonidos salidos del contacto de manos y cosas. Y entonces su voz, como un beso. Me rodea, me hace desaparecer. Me eleva junto a él. Y por un rato todo pesa poco. Y si caen lágrimas son de linda emoción. Y todavía sé sentir. Toco mi cara con mis manos para saber que aún estoy. Quedo quieta. Mirando. Ni tan siquiera me muevo para aplaudir. Y cuando todo termina me voy a casa y descubro que aún estoy viva.

que el afuera ayude a curar el adentro

1 comentario:

_ dijo...

Desde luego que hay alguien ahí echándonos un cable o dos.. solo porque le caemos bien.
Hoy perdí un coche y gané un susto.
Llámame un día que tengo un recao pa tí, a la butxaca =)