jueves, 23 de julio de 2009

giratorio y reversible

Así es este mundo para mí.

La cabeza tiene sus trampas, sus laberintos y sus mágicas soluciones.
Hoy volví al Cerro, después de casi tres años volví, saltándome la advertencia de que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.
Crucé de nuevo el puente que separa los mundos. Esperé encontrar caras conocidas en lugares conocidos. Sólo encontré lo segundo. Una pretende que el mundo pare cuando ya no habitas los lugares, pero él, terco e inminente, sigue. Entre las calles de barro y matorrales, entre muros pintados de colores y amor estaba mi pequeño. Aquel niño enfadado con la vida, de mirada tierna y sonrisa irresistible. Aquel que enojado contenía sus lágrimas. Aquel al que perseguí decenas de veces para tratar de arrancarle palabras y la hostil bronca que a veces no deja respirar a estos niños.

En mi ayer aquel niño cabía entre mis brazos. Mi cuerpo era aún capaz de contenerle.
Hoy yo buscaba desesperada alguna cara de aquel tiempo. Apareció él. Le señalé y me acerqué sonriendo. Sentí que mi corazón se expandía en mi pecho ensanchado. Le hablé. Me saca cerca de una cabeza. De repente me vio, además de mirarme, me vio. Y en el adolescente, pequeño proyecto de futuro hombre, descubrí en un instante su mirada más tierna, la del niño. Mi nombre en su boca me sonó a beso. Me habló, como entonces, algo vergonzoso y una pizca desconfiado. Yo le pedí un abrazo y volvimos a juntar nuestros cuerpos, hoy desiguales a su favor. Su sonrisa me pobló. Le dije desde mi rincón más sincero cuánto me alegraba de verle, tan grande, tan lindo. Él me respondió que también se alegraba de verme, que por un momento no me había reconocido, pero después sí.
Curiosamente, hacía dos días, por casualidad, su cara apareció en una foto. Aquella famosa foto que retrató su linda alma. Desde entonces andaba yo tratando de recordar su nombre. Mi cabeza torpe no lo lograba. Vaya a usted a saber por qué oscuros mecanismos del inconsciente ese nombre se me resistía. Sabiendo que lo sabía. Hoy le vi y se hizo de facto el aviso de la foto. Ahora era cuestión de vida recordarlo. Mientras que estuve con él no pude. Pero la idea ya no me abandonó. En el omnibus de vuelta, mientras hacía la compra, en la comida, cuando miraba una película. Y de repente vino. Lo recordé y pude respirar, volví a ser su profe. Porque mi cabeza me devolvió el nombre de un niño que hoy es adolescente y que lo llena todo de sentido.
Se llama Andrés.

Cinco minutos que significan vida, que resitúan lo importante.

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