lunes, 20 de julio de 2009

Juan Manuel

es una de las cosas más bellas que he descubierto en mi viaje. Competía con grandes montañas, caminos infinitos, gentes de colores, ríos, valles... pero él ganó.

Un día de sol, en las ruinas de una antigua civilización, a orillas del pueblo argentino de Tilcara, allá estaba él. Le vi y le pregunté si era chofer. Me respondió que era chofer de colectivos, mientras emitía ruidos onomatopéyicos de lo más descriptivos. Iba agarrado a su volante. Le pregunté si me podía llevar, me dijo que el viaje salía tres pesos. Se los pagué y subí. Arrancamos.

Al rato volvió y me dijo que unos malvados le habían chocado el colectivo y que ahora no podía trabajar. Le dije que justamente yo tenía algunas nociones de mecánica aplicada a colectivos imaginarios (lo de imaginarios no se lo dije porque temí que no se fiara de mí). Atamos el omnibus a la grua y lo remolcamos hasta el costado de nuestro fiat uno, apodado Piturro. Abrí el maletero de Piturro y saqué de él un maletín negro. Fui con Juan Manuel hasta la parte delantera del colectivo, abrimos el capó. Con lo que teníamos en nuestro maletín hicimos algunos reajustes. Un poco de alcohol, agua oxigenada, alguna tirita, un poco de algodón. Le pedí a Juan Manuel que probara el arranque. Lo hizo y la máquina rugió como nunca. Me miró sonriendo y me dijo ¡¡funciona!! Yo le devolví la sonrisa. Arrancó y se fue raudo y veloz.

Juan Manuel tiene 4 años.
A mí me hubiera gustado ir en su colectivo hasta donde su imaginación me llevara.

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